Los efectos
más graves del cambio climático no se corresponden con un lejano
escenario, situado en el brumoso futuro de nuestros nietos. Un estudio
del que se hace eco Reuters explica que el incremento de más de dos
grados centígrados que descontrolará definitivamente el clima dentro de
nuestro ciclo vital. Las consecuencias más dramáticas del cambio
climático las sufriremos, por lo tanto, conjugando el presente. La
Agencia Internacional de la Energía fija el 2017 como la fecha límite
para acotar el incremento térmico en niveles 'no irreversible'. Tenemos
cinco años para hacer el trabajo, explica esta noticia de El País. ¿Respiramos tranquilos?
Oriol Lladó.

No exactamente. Las negociaciones internacionales para acordar
una estrategia coordinada para hacer frente al reto se mueven a un
ritmo exasperantemente lento, siguiendo un camino que desde lejos, se
presenta inexplicable y que a veces parece orquestado por un
kafkianismo militante. El eurodiputado Raül Romeva habla de ello en este apunte
en su blog: "Durban merece más atención de la que está recibiendo ".
Durban es la nueva cita internacional que, en clave política, debe
establecer el pacto internacional que sustituya al Protocolo de Kioto,
el primer periodo del cual llega al final del año próximo.
Durban merece más atención, sí, porque lo que tratará tiene - o
debería tener, mejor dicho - una gran trascendencia. Y este es el
problema, precisamente. No es que lo que se trata en este tipo de
cumbres no tenga importancia, es que tiene tanta, que las presiones
para evitar acuerdos vinculantes de peso son monstruosas. La reciente
crisis financiera global ha abierto la puerta a una nueva gobernanza
(quizás lo que ha hecho, dirá el pesimista, es mostrar-la con sus
trajes auténticos). En todo caso, me parece que entre las muchas cosas
que hoy vemos amenazadas también están los espacios de concierto
internacional que, aunque precarios y con frecuencia poco eficientes,
iban perfilando otra manera de hacer las cosas.
El primer ministro británico David Cameron confirmó recientemente
que tiene cosas mejores en hacer y que no asistirá a la Cumbre de Río
+20, un encuentro internacional de un altísimo valor simbólico y que
está programado para el 2012. Prefiere asistir a una celebración de la
Commonwealth, espacio de influencia cultural y económica que hay que
preservar como sea. Ya no nos queda ni la vacía gestualidad de las
buenas palabras ...
Estos días, Al Gore presenta Our Choice,
su nueva obra, como una aplicación de Ipad; una nueva manera de leer
un libro, dice el ex vicepresidente de EEUU. Satisfecho, explica en el
prólogo-vídeo del libro / web: "podrás leer, activar infografías, ver
vídeos y escuchar cortes de voz." Bien. Muy interesante. Gore sigue
siendo un perspicaz vendedor y con toda la buena intención nos vuelve
advertir de los peligros del cambio climático. Es cosa nuestra (Our
Choice), dice. ¿De quién?
En su país, el movimiento Occupy Wall Street ha removido a fondo los
referentes de la ciudadanía más comprometida: es muy oportuno el
análisis de Paul Krugman, Nobel de Economía y también la reflexión
de la gurú altermundialista Naomi Klein; y es significativo, por
último, que ni Gore ni sus planteamientos apenas han encontrado lugar
bajo las tiendas de la protesta.
La sostenibilidad es un valor de fondo en el movimiento de los
indignados en todo el mundo, de acuerdo, pero de momento tiene la forma
de off topic. La regulación de los mercados y la justicia social
centran la mayor parte de proclamas. De hecho, están en el corazón de
la misma definición de sostenibilidad, triángulo que liga entorno,
economía y equidad.
Pero, ¿y las urgencias del cambio climático? Deben aflorar con
fuerza en un movimiento que ha crecido como forma de legítima y
necesaria reacción, pero que debe encontrar nuevos interlocutores y que
debe saber definir una agenda política consistente, perdurable y
aplicable.
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