¿Tiene lógica
que los empleos verdes, que son por definición buenos para el medio
ambiente, sean a la vez malos para quienes trabajan en ellos?
Pere Boix
Hace un par de años, CCOO denunció el caso de siete
trabajadoras que venían sufriendo alteraciones menstruales, hemorragias
nasales y síntomas de irritación respiratoria, mientras trabajaban
reparando aspas de molino en una carpa montada en medio de un parque
eólico de Palencia. Cuando el sindicato revisó la toxicidad de los
productos que se utilizaban, descubrió que entre ellos había productos
alérgenos, cancerígenos y disruptores endocrinos. Tampoco hace mucho se
supo que en una escuela estadounidense había saltado la alarma porque
varios profesores presentaban síntomas asmáticos. Los inspectores que
revisaron las instalaciones del colegio llegaron a la conclusión que los
casos se relacionaban con la reciente aplicación en el edificio de
espuma de isocianato y otros revestimientos aislantes para mejorar su
eficiencia energética. Hay también casos documentados de caídas mortales
durante la instalación de placas solares en tejados, de quemaduras por
arco eléctrico durante operaciones de mantenimiento en turbinas
eólicas o de incendios por vapores inflamables utilizados en trabajos
de aislamiento. Podríamos extender la casuística con el dato de que el
sector de reciclaje y tratamiento de residuos tiene una de las
incidencias más elevadas de accidentes mortales en la industria, o
citando casos de intoxicaciones y lesiones por movimientos repetitivos
en empresas de reprocesado de metales, o señalando los riesgos por
estrés térmico y por la posible exposición a sílice en la fabricación de
placas solares.
Es decir, que lo que hacia fuera aparece como verde no
siempre lo es hacia adentro, sino que muchas veces los empleos llamados
verdes presentan los mismos riesgos para la salud de los trabajadores
que cualquier industria tradicional. Y aquí se plantea, de entrada, un
problema conceptual: ¿se puede calificar de sostenible un proceso que
genera lesiones, enfermedad, incluso muerte, en quienes lo llevan a
cabo? La respuesta parece obvia, no se puede desligar la sostenibilidad
ambiental de la sostenibilidad para las personas, y no se deberían
calificar como sostenibles los empleos que no sean saludables para los
trabajadores. Sin duda, hay que ampliar el concepto ecológico de
sostenibilidad de forma que incluya la protección de la salud y
seguridad en el trabajo.
Ahora que vienen elecciones, sería deseable impulsar la
integración de este punto de vista en los debates sobre la explotación
de los yacimientos de empleo verde como estrategia económica y ambiental
de futuro.
Se trataría, en primer lugar, de popularizar la idea de
sostenibilidad integral del empleo verde, llevando a la conciencia
pública la necesidad de diseñar procesos de trabajo respetuosos con el
medio ambiente pero también con la salud de las personas. Se debería
potenciar la idea de que es posible eliminar o minimizar los riesgos
desde el primer momento mediante la llamada ‘prevención a través del
diseño’. Investigar y difundir los potenciales riesgos laborales de la
economía verde serviría también para aumentar la sensibilidad social por
el problema, potenciando, en definitiva, una cultura preventiva
integral.
Pero por otro lado, es necesario incentivar las buenas
prácticas, introduciendo cláusulas de sostenibilidad integral en las
contrataciones públicas o en la concesión de subvenciones, definiendo
estándares e indicadores de gestión de la prevención de riesgos
laborales para los distintos sectores verdes, publicitando y premiando
experiencias positivas de integración, incorporando criterios de salud
laboral en las regulaciones normativas donde no estén contemplados. En
definitiva, incentivación social y también económica.
Ya ven, no hay equolumnista inmune al ambientillo electoral
y uno acaba haciendo propuestas cuasi programáticas, sin querer
queriendo. Prometo volver a las andadas tras el 20-N, ya con
equodiputados en el Congreso.
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