“No soy un provocador. Solo hablo de ciencia”. En el debate entre
agricultura ecológica y transgénicos, el bioquímico José Miguel Mulet se
ha convertido en una voz agitadora científica frente a la causa verde, a
la que acuña de “moda y postureo”. “Lo que hay tras el
alimento ecológico es publicidad engañosa. Cuesta una pasta al decir que
es mejor por ser natural, pero científicamente no lo es”. Este profesor
e investigador de Biología Molecular y Celular de Plantas empezó a
interesarse por los productos ecológicos al impartir clases de
Bioquímica Alimentaria en la Universidad Politécnica de Valencia. La
duda de si comer lo natural es más saludable lo movió a rastrear
evidencias científicas. Su conclusión se convirtió en un libro y blog
titulados Los productos naturales ¡vaya timo!
“Los antitransgénicos son como los negacionistas del cambio climático
de la izquierda. Es absurdo prohibir los transgénicos cuando es
imposible vivir sin ellos”, sostiene. Mulet alaba el maíz MON810, el
único transgénico permitido en la Unión Europa, ya que, dice, permite
ahorrar millones de euros en insecticidas y es “una pequeña muestra de
lo que está por llegar”. Según su caricatura, lo ecológico es una
nostálgica reivindicación del “huerto del abuelo”, y celebra el 13% que
ha aumentado la producción transgénica este año en España. Una cifra
récord que califica de “apoyo de los agricultores”.
Para este científico de 40 años, el cultivo ecológico solo es un
término legal sin base científica. “La agricultura nunca es ecológica,
siempre tiene impacto ambiental”. A quien teme a lo transgénico, Mulet
le recuerda que el agricultor que cruzaba especies en Mesopotamia hacía
lo mismo que el investigador que manipula genes con pipeta bajo
microscopio. “La agricultura es tecnología desde hace 10.000 años e
implica intervención humana. Pero el transgénico impacta lo menos
posible”.
Su díscola defensa de lo transgénico, un hobby que cultiva fuera del laboratorio, atrapa a más de 7.000 seguidores en Twitter
y enciende debates televisivos. Él, sin embargo, califica su
popularidad de “anécdota” en su rutina diaria. “Sigo entrando a las ocho
de la mañana y sigo yéndome a las ocho de la tarde”, apunta con ironía
ante un té en una cafetería de la acristalada Ciudad Politécnica de la
Innovación, que apenas tiene tiempo de frecuentar entre genes, plantas y
clases. Sin bata y a media tarde, no oculta lo “tedioso” de su labor.
“El 99,9% de las veces la planta se comporta igual que la que no lleva
el transgénico”. En un mundo hermético al foco mediático, afirma no
haber recibido críticas entre sus compañeros. “Están hartos de oír
siempre las mismas tonterías sobre transgénicos. Ven bien que alguien
salga y lo diga”.
El mensaje ecologista ha calado en la opinión pública, señala Mulet,
pero no en el bolsillo del consumidor medio del país líder en cultivo
transgénico en Europa. “El principal destino de la producción ecológica
es la exportación, pero decir que no te gusta lo ecológico no mola”.
Apasionado de la cocina, niega que llegue el tiempo del menú diseñado a
base de comprimidos. “No llegaremos a eso, aunque es posible desde hace
30 años. Comer es algo más que ingerir alimentos. Es un acto cultural,
sabores que disfrutas con familia y amigos”.
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