Un artículo de revisión publicado recientemente en la revista The Anatomical Record
repasa la investigación básica sobre olfato desarrollada en el INCYL
por los científicos José Ramón Alonso, Jesús García Briñón y Eduardo
Weruaga..
INNOVAticias.
La
investigación que durante años ha realizado el Instituto de
Neurociencias de Castilla y León (INCYL) de la Universidad de Salamanca
sobre el sistema olfativo en roedores sirve ahora de base para el
desarrollo tecnológico de narices electrónicas, dispositivos cada vez
más importantes para diversas industrias. Además, los conocimientos
adquiridos en los modelos animales también son la antesala de estudios
clínicos que comienzan a realizarse en Salamanca.
Un artículo de revisión publicado recientemente en la revista The Anatomical Record
repasa la investigación básica sobre olfato desarrollada en el INCYL
por los científicos José Ramón Alonso, Jesús García Briñón y Eduardo
Weruaga. Diferentes experimentos han permitido desentrañar aspectos
clave del funcionamiento del sistema olfativo, escasamente estudiado
porque en el ser humano tiene menos interés que otros sentidos, como la
vista o el oído.
Cada uno de los estudios son piezas de un puzle con las que se puede
componer una visión general acerca del funcionamiento del sistema
olfativo en el cerebro, explica a DiCYT Eduardo Weruaga. En esencia, se
detectan los olores por la nariz, en donde existe un epitelio sensorial
con neuronas capaces de reaccionar ante los olores y mandar
información al cerebro. Esa información llega al bulbo olfativo, que a
su vez la envía a la amígdala y a otras cortezas olfativas. Gracias a
este proceso podemos percibir, distinguir y reconocer olores. Sin
embargo, a este esquema básico es realidad mucho más complejo.
Uno de los modelos de estudio más explorados por el grupo de
investigación es el de oclusión nasal, que consiste en obstruir las
narinas u orificios de la nariz del animal. Con el paso del tiempo, “hay
una reacción global de todo el cerebro para poder seguir oliendo”,
explica el experto. Este tipo de experimentos revelan la plasticidad del
sistema nervioso, que sufre cambios neuroquímicos, morfológicos y
sinápticos para adaptarse a la nueva situación.
El bulbo olfativo no sólo envía información, sino que también la
recibe de otros centros cerebrales, que modulan la respuesta,
“generalmente apagándola, porque la información olfativa suele ser muy
fuerte”. Por eso, “cuando tapamos la nariz del ratón, los demás centros
cerebrales le dicen al bulbo olfativo que se desinhiba, de manera que
pueda captar el poco olor que haya”.
Otro modelo de estudio es la destrucción total del epitelio olfativo
por medios químicos. Aunque los epitelios tienen la capacidad de
regenerarse, el nasal se recupera con mayor dificultad y los cambios en
el cerebro también buscan obtener la mayor información posible. Un
experimento diferente es cortar las conexiones del bulbo olfativo con el
resto del cerebro, de manera que no envía información olfativa y
tampoco recibe órdenes para modularla. Los científicos también pueden
eliminar el bulbo olfativo entero.
“Hay que tener en cuenta que en el ratón el sistema olfativo es mucho
más importante que en el humano”, destaca Weruaga. Si el roedor no
huele, tiene signos de depresión, como aislamiento social o inmovilidad,
porque carecen de información importante sobre su congéneres. Por eso,
hay grupos de investigación que emplean el modelo de eliminación del
bulbo olfativo para probar fármacos contra la depresión.
Finalmente, hay un modelo de investigación genética que también
ofrece muchas posibilidades. El fallo en un gen provoca la pérdida de un
tipo específico de células del bulbo olfativo y esto ha servido para
comprobar la plasticidad del sistema, ya que cuando desaparecen las
células principales “hay otras que asumen sus funciones y aumenta la
desinhibición de la olfacción”.
Investigación clínica
¿Todas estas investigaciones en roedores tienen alguna implicación
para el ser humano? El grupo de Eduardo Weruaga afronta ahora el reto de
trasladar sus conocimientos neurobiológicos a la investigación clínica
en colaboración con el Hospital Universitario de Salamanca a través de
los otorrinolaringólogos Fernando Franco y María Gil.
La idea es estudiar cuál es la reacción del sistema olfativo tras una
poliposis nasal prolongada. Los científicos quieren comprobar si en
las personas que se han visto privadas de olfato por este tumor benigno
se mueren células impidiendo así la recuperación de este sentido y
hasta qué punto, como ocurre en los animales, existe cierta plasticidad
que permita al bulbo aumentar su sensibilidad para tratar de seguir
oliendo. Ante la imposibilidad de analizar el comportamiento del
cerebro de forma global como hacen con los ratones, la investigación se
ceñirá a lo que ocurre con el epitelio.
Hasta ahora la investigación clínica del sistema olfativo ha sido muy
escasa, quizá por la poca importancia que los propios pacientes le
dan. “Desde que alguien se da cuenta de que no huele bien hasta que
acude al médico pasan 26 meses de media”, señala Weruaga. Sin embargo,
la pérdida de olfato es un síntoma temprano de algunas enfermedades
neurodegenerativas, como el alzhéimer. Sin embargo, los especialistas no
disponen de las herramientas adecuadas, por eso otro de los grandes
retos de los científicos es la puesta en marcha de test olfativos
fiables y ésta es otra de las líneas de investigación que el Hospital y
el INCYL pretenden explorar.
Narices electrónicas
Una derivación más insospechada de la investigación básica en olfato es la tecnológica. Las narices artificiales son dispositivos cada vez más sofisticados que detectan, por ejemplo, el pescado en mal estado. “La máquina es capaz de distinguir el olor específico del pescado podrido a muy baja concentración y lo desecha”, comenta Weruaga. El campo de la seguridad, con la posibilidad de detectar explosivos es otro de los grandes ejemplos de utilidad de esta tecnología.
Las narices artificiales son mucho más sencillas que las biológicas y
una manera de perfeccionarlas es tratando de imitar el funcionamiento
de los sistemas olfativos. Ahí es donde cobra importancia la
investigación básica desarrollada por el INCYL.
Estos dispositivos son receptores basados en sustancias químicas que
reaccionan con diferentes olores. Uno de los problemas a los que se
enfrentan los ingenieros que las diseñan es conseguir esa reacción con
una amplia gama de efluvios y que la nariz artificial no se sature y sea
capaz de diferenciarlos cuando se presentan juntos. En este aspecto,
las investigaciones básicas que han descubierto los mecanismos de
inhibición y de modulación en el sistema olfativo de los animales pueden
dar muchas pistas.
Otro problema es la necesidad de recambiar los sensores químicos, que
se desgastan con rapidez. Muchas de las posibles aplicaciones
necesitan que la nariz electrónica funcione continuamente y sus
receptores no se deterioren y también ahí la naturaleza puede servir de
referencia. Además, un modelo interesante es el de las redes
neuronales, que permitirían un aprendizaje automático de los
dispositivos.
Para establecer conexiones entre la parte más básica de la
investigación y quienes desarrollan las aplicaciones tecnológicas
existen foros comunes como la Red Olfativa Española, que integra desde
neurobiólogos hasta ingenieros.

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